La pérdida de la dentición en los humanos, al llegar a la vejez, fue durante siglos una situación ampliamente aceptada. En épocas recientes se comenzaron colocar dentaduras postizas para mejorar la función masticatoria. Aún más recientemente, la estética comienza a prevalecer en los tratamientos odontológicos con la colocación de puentes fijos y coronas. En 1965 aparece en escena la reposición de los dientes ausentes por medio de implantes dentales de titanio, introduciéndose el término osteointegración para definir el anclaje directo del hueso al cuerpo del implante. Los resultados de supervivencia de los implantes a los cinco años, en series consecutivas, fueron tremendamente alentadores y catapultaron el tratamiento a nivel mundial.
Al principio se sustituyeron dientes ausentes por implantes en los lugares donde existía hueso suficiente para colocarlos sin riesgo de dañar otras estructuras (nervios, senos maxilares, dientes vecinos, etc.). Posteriormente con la aparición de la técnica de regeneración ósea guiada y de los injertos de hueso, se empezaron a situar los implantes en zonas tanto estratégicas desde el punto de vista funcional como estético. En un principio los implantes comenzaron a ser colocados por profesionales que poseían una cierta habilidad quirúrgica, como los cirujanos orales y los periodoncistas, pero en la actualidad, al ir simplificándose las técnicas implantológicas, están siendo colocados por odontólogos generales. Esto último ha hecho que el número de implantes colocados se haya expandido hasta límites insospechados.